viernes, 25 de febrero de 2011

Karl Marx

El paulatino y ya casi evidente fracaso de supuestas aplicaciones prácticas de sus ideas políticas y económicas, no debe ensombrecer la talla de Karl Marx como pensador revolucionario, cuya obra significó en las ciencias socioeconómicas un vuelco similar al producido por Freud en la psicología o Einstein en la física. La cristalización y dogmatización de su brillante propuesta intelectual ha tenido un precio que la historia juzgará y él no hubiera avalado. Con Marx, la ética política deja de ser una ciencia infusa y la doctrina económica una velada defensa de intereses particulares. Después de él, la comunidad internacional ya no tiene excusas racionales para no avanzar hacia la justicia y la igualdad desde el análisis científico de los hechos, sus relaciones, causas y consecuencias.
Karl Marx nació en la Renania prusiana actual Alemania, en la ciudad de Trier (antes Trèves, en español Tréveris) el 5 de mayo de 1818. Fue uno de los siete hijos del abogado judío Heinrich Marx y de su esposa holandesa Henrietta Pressburg. El padre era un hombre inclinado a la Ilustración y a las ideas moderadamente liberales, devoto de Kant y de Voltaire. Por tanto, Karl tuvo una infancia habitual en la burguesía culta de su tiempo, y asistió a la escuela y cursó el bachillerato en su ciudad natal.

Karl Marx
En octubre de 1835, con diecisiete años, se inscribió en los cursos de humanidades de la Universidad de Bonn. Pasó allí sólo un año, en el que estudió griego e historia y llevó una agitada vida estudiantil, incluyendo un duelo y un día de calabozo por alcoholismo y desórdenes (fue la única vez que el fundador del comunismo científico estuvo en prisión). El ambiente universitario de Bonn era rebelde y politizado, por lo que Karl se hizo miembro de un círculo en el que se discutía de política y poesía, y llegó a presidir el Club de las Tabernas, que tenía otros fines. Pese a tantas actividades, de pronto resolvió pasarse a la Universidad de Berlín, en la que ingresó al año siguiente, también en el mes de octubre.
En Berlín se apuntó para estudiar leyes y filosofía, sin abandonar su inclinación por la historia. Encontró muchos amigos y una novia, Jenny von Westphalen, joven inteligente y atractiva de veintidós años (cuatro más que Karl Marx), perteneciente a una familia de funcionarios de reciente nobleza, que jamás tragarían al «noviecito» judío e intelectual de Jenny.
Un joven hegeliano
Georg W. F. Hegel acababa de morir y el ambiente universitario berlinés era fervorosamente hegeliano, aunque cada grupo o cenáculo estudiantil interpretaba las ideas del creador de la dialéctica a su manera. El joven Marx se vio inmerso en esas discusiones, que lo llevaron a una profunda depresión y al primer descalabro de su frágil salud. En prenda a su rigor intelectual, aceptó incorporarse a «una concepción que odiaba» (según carta a su padre de noviembre de 1837) y se unió al grupo de seguidores del joven profesor Bruno Bauer, que sostenía las ideas más progresistas y democráticas de la obra de Hegel y el cuestionamiento del pensamiento matemático y formal.

Casa natal de Marx
Bauer fue expulsado de la universidad por «radical» en 1839, pero los jóvenes hegelianos ya eran republicanos de izquierdas que utilizaban la filosofía y la dialéctica como instrumento crítico de la rígida sociedad prusiana en la que vivían. No obstante, Marx y sus compañeros eran todavía idealistas y bastante románticos, al confiar en que la sociedad cambiaría gracias al desarrollo de la cultura y la educación. Esta posición no era compartida por el periodista Adolph Rutemberg, el más íntimo amigo de Karl en esa época, que lo impulsaba a conocer la lóbrega realidad de los obreros y los menesterosos.
A instancias de sus amigos y de Jenny, en abril de 1841 presentó una brillante tesis doctoral que contrastaba la filosofía de Demócrito y la de Epicuro, incluyendo la después famosa frase: «La crítica es también teoría», con lo que se doctoró en filosofía cuando aún no había cumplido veintitrés años. No irían mucho más allá sus logros académicos. A principios del año siguiente se incorporó a una publicación fundada por las fuerzas más progresistas de Colonia, entonces capital industrial de Prusia.
Como redactor de la Rheinische Zeitung (Gaceta de Renania), Marx tomó contacto con las realidades sociales y la naturaleza crudamente clasista de la legislación prusiana. Nombrado otra vez director de la revista en octubre de 1842, sus crónicas parlamentarias desde la Dieta renana denunciaban al Estado como guardián y valedor de los intereses de los empresarios y expresaban su interpretación radical del pensamiento hegeliano, en tanto que el Estado no cumplía su función esencial como realización ética de la especificidad humana.
Su labor como periodista político lo llevó a tomar conocimiento de los movimientos obreros en Francia e Inglaterra, especialmente por las crónicas de Heine desde París y Lyon, y de las ideas del socialismo utópico mantenidas por Fourier, Owen, Saint Simon y Weitlig. Desde hacía un tiempo estaba fuertemente Influido por el pensamiento de Ludwig von Feuerbach, discípulo de Hegel que elaboró lo que suele resumirse como un «humanismo ateo». Marx comenzó a intentar casar ese materialismo con la dialéctica hegeliana sin llegar a plantearse todavía nada que pudiera llamarse lucha de clases. Justificaba en sus artículos las reivindicaciones proletarias europeas como rebelión de «la clase que hasta ahora no ha poseído nada», un fenómeno natural y circunstancial motivado por la insensibilidad del estamento dominante, que no cumplía adecuadamente su papel rector. Incluso criticaba abiertamente las ideas del comunismo utópico por su parcialidad clasista, que dejaba de lado las «comprensiones objetivas» de la realidad. En última instancia siguió defendiendo el estado integral humanista de Hegel, frente al «estado de artesanos» que, en su opinión, propiciaban los protocomunistas.
La censura prusiana presionó seriamente contra los editores de la Rheinische Zeitung y Marx se vio obligado a dimitir. No deseaba regresar a la carrera académica a causa del rígido control ideológico implantado por el gobierno en la universidad. Tras siete años de noviazgo, se casó con Jenny en junio de 1843 y ambos se sumaron a la emigración política alemana que se dirigió a París. Allí conocería a la crema de la juventud revolucionaria europea, como Heine, Borne, Proudhon y, sobre todo, Friedrich Engels.
El Manifiesto comunista
Marx siguió trabajando sobre la base del humanismo abstracto de Feuerbach, que criticaba la religión y la filosofía especulativa. Por su parte, Engels lo convenció de la importancia de profundizar los estudios económicos. Junto al hegeliano Arnold Ruge editó en 1844 el Deutsch Französische Jahrbücher (Anuario AlemánFrancés), que incluía dos extensos artículos de Marx: «La cuestión judía» y «La filosofía hegeliana del derecho» en el que escribía el célebre aserto: «La religión es el opio de los pueblos» (metáfora de gran actualidad, pues Inglaterra acababa de invadir China en la llamada «guerra del opio»). También trabajó en esa época en unos Manuscritos económicofilosóficos, que dejó en borrador y no publicó durante su vida. En ellos se refleja especialmente el momento de transición que atravesaba su pensamiento, y el proceso de elaboración de lo que él mismo llamaría la «mezcla» entre el análisis crítico de las ideas y el estudio e interpretación de los datos reales.

Marx y Engels
La presión de Prusia sobre el gobierno de Guizot hizo que Karl Marx abandonara París. El 5 de febrero de 1845 se instaló en Bruselas, donde transcurrirían dos años de fecundo trabajo en colaboración con Engels. Fue en ese período cuando efectuaron la primera formulación del materialismo dialéctico y escribieron La sagrada familiaLa ideología alemana y Miseria de la filosofía, este último cuestionando el libro de Proudhon Filosofía de la miseria.
En 1847 Marx llegó a Londres y tomó contacto con una sociedad secreta en formación, la Liga de los Justos, integrada principalmente por artesanos alemanes emigrados, que le pidieron que escribiera sus estatutos. Engels los relacionó con los obreros izquierdistas ingleses, y ambos trabajaron desde diciembre hasta enero de 1848 en la carta fundacional de la Liga, que se publicó comoManifiesto comunista. La declaración comienza con una frase que se hizo famosa: «La historia de toda sociedad que haya existido hasta hoy, es la historia de una lucha de clases». Y entre sus consideraciones afirma que las fuerzas productivas están en tensión constante con «las relaciones de producción, con las relaciones de propiedad, que son las condiciones de vida de la burguesía y de su dominio».
Según escribiría más tarde Engels, fue en este período cuando se produjo el punto de inflexión conceptual que rebasó a Feuerbach, pasando «del culto del hombre abstracto a la ciencia del hombre real y su evolución histórica». Apareció entonces también la idea de la «sobreestructura» compuesta por las instituciones y formaciones ideológicas, frente a la Verhaltnisse (palabra alemana que significa tanto condiciones como relaciones) de producción y apropiación del producto social.
En ese momento estallaron en Europa una serie de revoluciones populares en cadena que afectaron a Francia, Italia y Austria, con repercusiones sociales en Alemania e Inglaterra. Marx fue invitado a París por el gobierno provisional y se opuso con vehemencia a la expedición «liberadora» sobre Alemania que proponía el poeta Georg Herwegh. Esto le granjeó una gran impopularidad entre los revolucionarios, pese a que él y Engels pasaron en abril de 1848 a Alemania para colaborar con las fuerzas democráticas. La propuesta de Marx era una alianza de los trabajadores con la burguesía progresista, que lo llevaría a enfrentamientos frontales con los líderes obreros.
Marx resucitó en Colonia la Neue Rheinische Zeitung, que tuvo corta vida debido al contraataque represivo del gobierno prusiano. En su último número, espectacularmente impreso en tinta roja, la revista convocaba tardíamente a la resistencia armada. En 1849, ante el fracaso de la revolución, Marx volvió a París, de donde fue nuevamente expulsado. Pasó a Londres, ciudad en la que viviría el resto de sus días. El desencanto circunstancial respecto al activismo político y su rechazo al radicalismo utópico de algunos compañeros, lo llevó a disolver en 1850 la Liga de los Comunistas.
El cerebro de la Internacional
La primera época en Londres fue bastante dura para Karl Marx, sumido en la pobreza, aquejado por su mala salud y acechado por los acreedores. La familia sobrevivió seis largos años en dos míseros cuartos del Soho, gracias a las ayudas que enviaba Engels desde la factoría de su padre en Manchester, donde trabajaba como contable. También colaboraron a su sustento Wilhelm Wolff, amigo de Karl, y esporádicos envíos de los parientes de Jenny. Dos de los cuatro niños de los Marx murieron en esos años de privaciones y sufrimientos.
A fines de 1851 el New York Tribune lo designó corresponsal, lo que alivió en parte su situación económica y mucho su dignidad. En once años de colaboración, Marx escribió para ese diario más de quinientos artículos y editoriales, un tercio de ellos con Engels. En esa etapa de su labor intelectual comenzó a preparar datos y materiales para el primer volumen de El capital (Das Kapital). Trabajos como la Contribución a la crítica de la economía políticaTeorías sobre la plusvalía o un nuevo Esbozo para una crítica de la economía política suelen ser considerados como escritos preparatorios de su monumental obra teórica. Mientras tanto, no dejó de mantener nuevos enfrentamientos con los que llamaba «aventureros» y «alquimistas» de la revolución.
No obstante, cuando en 1864 se fundó en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores (conocida popularmente como la Internacional), sus dirigentes llamaron a Karl Marx a participar y a colaborar en la redacción de sus primeros documentos. Si Marx es considerado el creador del comunismo moderno, y la Internacional su primera formación concreta para los trabajadores de todo el mundo, lo cierto es que aquél no fue fundador ni líder de ésta, sino sólo el guía intelectual de un sector de la misma.
Como miembro del consejo general, trabajó activamente en la redacción de la memoria inicial y los estatutos de la asociación, al tiempo que completaba la elaboración del primer volumen de El capital, que se editó en Londres en 1867. Fue el único volumen publicado en vida de su autor (los volúmenes II y III los dio a conocer Engels, respectivamente, en 1885 y 1894), y el conjunto de esta obra tuvo una influencia decisiva a lo largo del siguiente siglo. Sólo bastante más tarde se comenzó a dar importancia al estudio y conocimiento de los trabajos anteriores y juveniles de Karl Marx. El núcleo ideológico deEl capital parte de la negación de la especulación filosófica como fundamento de la acción política revolucionaria, que debe basarse en el conocimiento positivo de la realidad histórica social y económica. En este último aspecto, introduce el concepto de la «plusvalía» como valor del trabajo humano del que se apropia el dueño de los medios de producción.
La Internacional nació en un momento propicio, como propuesta de unión y organización concreta del movimiento obrero, en tanto expresión de la clase trabajadora más allá de las fronteras nacionales. En 1869 alcanzaba ya la cifra de 800.000 asociados, con un consejo general integrado por representantes de las «secciones» de los distintos países. En 1870 Engels consiguió trasladarse a Londres. Curiosamente, fueron los italianos quienes le pidieron que se incorporase al consejo como delegado de su sección. La entrada de su estrecho colaborador alivió a Marx de la intensa tarea como «cerebro» de la asociación y le permitió dedicar más tiempo a sus estudios en el Museo Británico y a sus escritos teóricos.

Marx en 1882
Pese a ser quien era, Karl Marx no era un nombre muy conocido en el resto de Europa: en parte porque escribía en alemán (pero sus obras no se publicaban todavía en Alemania) y en parte porque sus elaboraciones conceptuales y su estilo no estaban precisamente al alcance de las masas. Fue el levantamiento popular de París en 1871, conocido como la Comuna, el que adoptó El capital como fundamento teórico, proclamó la primera experiencia histórica de «dictadura del proletariado» y difundió el nombre de Karl Marx por todo el mundo. La mayor parte de los revolucionarios y líderes obreros adoptaron sus ideas (aunque no todos las bebieran en su fuente original) y se inició la veneración de su persona y su obra como quintaesencia del pensamiento revolucionario.
Mientras tanto, el Marx de carne y hueso estaba enredado en una furiosa disputa de facciones en el seno del consejo general de la Internacional. Su adversario era Mijaíl Bakunin, y el tema de enfrentamiento era el camino a seguir en la lucha revolucionaria. El líder anarquista ruso, que había levantado la Comuna de Lyon en 1870, propiciaba la destrucción de los estados nacionales y disentía del papel que otorgaba su rival al partido y a los obreros industriales como vanguardia revolucionaria. El enfrentamiento se alimentaba también de las fuertes y tozudas individualidades de ambos adversarios y de su inocultable encono personal. Marx, que no estaba libre de prejuicios, llegó a afirmar: «No me fío de los rusos». Hay quien, no sin ironía, vio en esa frase una cierta intuición profética.
En el congreso celebrado en 1872 en La Haya, los partidarios de Marx consiguieron la expulsión de Bakunin y sus seguidores de la Asociación Internacional de Trabajadores. En el mismo encuentro, Engels anunció que la sede del consejo se trasladaría de Londres a Nueva York, noticia que fue recibida con justificada preocupación por los asistentes. En efecto, la que pasaría a la historia como la I Internacional languideció en su sede americana hasta desaparecer. Luego vendrían la II, III y IV Internacional, de diverso signo ideológico y sin vinculación con la persona de Marx. Éste decidió retirarse del activismo político en 1873, para dedicarse al estudio y el trabajo teórico.
Varios autores consideran que la capacidad intelectual de Karl Marx se debilitó notablemente en la última década de su vida. Lo cierto es que era un hombre enfermo, casi sexagenario y profundamente desengañado por la incomprensión o la trivialización de su pensamiento por muchos de los que deberían desarrollarlo y llevarlo a la práctica. En sus obras de madurez recuperó buena parte del estilo y la terminología del lenguaje filosófico de Hegel, según el propio Marx, por «coqueteo intelectual» con la obra de su antiguo maestro y como respuesta a la «vulgarización» que mostraba la cultura de izquierdas desde hacía varios años. Por otra parte, buscó también expresar su reconocimiento al fundador de la dialéctica, pese a no haber compartido sus «mixtificaciones idealistas».
Pese a ese semirretiro y a la declinación de sus energías creativas, Marx recibió en esta etapa final visitas y correspondencia de líderes obreros y políticos. Nunca descuidó y siempre mantuvo un magnetismo personal sobre los círculos revolucionarios (incluso los que no compartían sus puntos de vista), que no podían sustraerse a lo que Engels denominaba su «peculiar influencia». Hacia 1877 con la salud muy quebrantada, se refugió definitivamente en la vida hogareña. Y fue precisamente en el círculo familiar donde se produjeron dos desgracias consecutivas que probablemente precipitaron su muerte. El 2 de diciembre de 1881 falleció su esposa, y apenas un año después, el 11 de enero de 1883, su hija mayor, Jenny Longuet. Solo, abatido, con la mente debilitada y los pulmones seriamente afectados, Karl Marx murió o se dejó morir el 14 de marzo de 1883. Su tumba en un cementerio londinense es hasta hoy meta de peregrinación de marxistas y no marxistas que veneran la importancia de su obra y la profunda apertura intelectual de su pensamiento.

El significado del socialismo o lo que el socialismo puede significar Por: Amaury González Vilera Fecha de publicación: 31/01/11

  Las críticas hechas por Nicmer Evans a Edgardo Lander en artículo publicado en este medio el pasado tres de febrero, a partir de la lectura que aquel hace de un artículo de este, denominado: “Socialismo del Siglo XXI y la propiedad en el sector petrolero”, plantea un debate que, si bien se viene dando desde hace un tiempo, es necesario que se siga dando con carácter permanente de manera que pueda extenderse y profundizarse, más allá de la consigna y de los esbozos generales que dan del Socialismo ideas vagas o imágenes difusas. La idea es, como siempre, hacer un aporte a la batalla de las ideas considerando siempre, a parte de la teoría y la práctica, la realidad social; nuestra realidad social concreta.  
     Decir por ejemplo que el socialismo es igualdad sin mayor explicación, además de dejar muchos elementos en el aire, resulta una simplificación con el poder de paralizar un eventual proceso de profundización del debate; decir que el socialismo es amor suena muy bonito y cantidad de hermosos versos podrían brotar de tan luminosa afirmación, pero más allá –o talvez más acá- de las definiciones tipo consigna o de carácter lírico, es posible reunir los rasgos fundamentales de lo que se ha llamado Socialismo del siglo XXI, como modo de organización de la sociedad entroncado con los sistemas políticos históricos que se erigieron a partir de postulados burgueses, y con aquellos sistemas que se levantaron como antagónicos de aquellos y que terminaron, a fin de cuentas, pareciéndose mucho. Es el caso del que se dio en llamar socialismo real.  
     La crítica central planteada por Evans va dirigida a la afirmación de que “el Socialismo del siglo XXI, sigue siendo en una gran medida ejemplo ilustrativo del concepto de Ernesto Laclau significante vacío”. Esto implica, parafraseando la cita de Lander, que siendo esta definición vaga y débil, se presta para que desde distintas posiciones ante la vida –que pueden ser no sólo disímiles sino antagónicas- se asuma la propuesta posponiendo siempre un eventual consenso en torno al significado del socialismo, ya que éste está en construcción. Ahora bien ¿Es posible alcanzar un acuerdo sobre el contenido sustantivo de una palabra sujeta a varias interpretaciones, y que al mismo tiempo este contenido se mantenga objeto de debate, es decir, que este siempre en construcción? Otra pregunta ¿Una definición precisa, elaborada y consistente, no podría degenerar en ortodoxia inmutable o en manual? 
     El socialismo, a riesgo de parecer tautológico, tiene un significado y sobre ese significado hay que alcanzar un consenso mínimo entre todas las corrientes que apoyan la construcción de ese otro mundo posible y necesario. El socialismo, es también un significante con una determinada carga histórica-ideológica y que se ha utilizado para definir sistemas políticos u organizaciones sociales -muchas veces diferentes entre sí- donde las relaciones sociales y de producción han distado mucho de ser socialistas. Es decir, el socialismo, más que un significante vacío es un significante vaciado, un término político y por tanto objeto de una lucha conceptual-interpretativa donde el papel de invención, definición y creación constante del discurso político, resulta vital para impulsar las transformaciones socioculturales en función de una praxis política, siempre en relación dialéctica con la realidad.  
     Es verdad que ésta última opinión puede parecer idealista y aprovecho para defender una postura que plantee hace algún tiempo: no se trata de ser idealista o materialista o de ver en estos términos alguna contradicción, se trata de poder llegar a ser materialistas creativos e idealistas sin ingenuidad. No en balde, Ortega y Gasset refiere en el prólogo a la Rebelión de las Masas que el fracaso es consustancial a las revoluciones por ser éstas una rebelión de lo abstracto frente a lo concreto. La nuestra no ha fracasado porque viene siendo una transformación en ambos ámbitos, pero cuidado.  
     Frente a este panorama, el compañero Nicmer plantea en pocas palabras que el socialismo es un concepto en construcción, un proceso, una construcción que es sobre todo colectiva, residiendo en este último rasgo la virtud más democrática y contundente del socialismo. De acuerdo a esto, es bueno recordar la opinión de Albert Camus en torno a la clásica enseña “maquiavélica” de que el fin justifica los medios, afirmación a la que contrapuso la idea de que en política, son los medios los que deben justificar el fin. Este planteamiento, refiere la centralidad del proceso mismo, de la dinámica misma, del método a utilizar, como lo más importante a considerar cuando de política se trata; más aún cuando de lo que hablamos es de una política revolucionaria. La importancia del saber colectivo, de la ética comunitaria como vía para cuestionar lo incuestionable, constituyen elementos de fuerza del planteamiento del citado autor.  
     Ahora bien, volviendo al debate sobre significante y significado, podemos plantear en función de lo hasta ahora dicho, que más importante que el socialismo en tanto significante es el socialismo como significado, como contenido y como proceso. En artículo publicado en marzo de 2007, Rigoberto Lanz hace un interesante aporte en este sentido. Luego de dejar clara la idea -que venimos comentando- de que las palabras no son neutras y que muchas veces no significan una sola cosa, nos dice que “Ello obliga a ponerle apellidos a la palabra “socialismo” y a tener que explicar en cada caso cuáles son los contenidos que usted está defendiendo con el uso de esta terminología”. Ese artículo tiene un párrafo central que reproduzco a continuación:  
     “Nosotros intentamos marcar un cierto rumbo en esta discusión: --apuntalando el lugar teórico desde donde hablamos, es decir, sabiendo que las teorías políticas tradicionales no sirven para pensar esta revolución; --poniendo el énfasis en el desmantelamiento del Estado burgués (sin lo cual no hay ninguna revolución que valga la pena); --fijando la mirada en el carácter cultural de las transformaciones verdaderas; --acentuando con fuerza el papel de la crítica, de la discusión abierta, de la formación intelectual; -- recuperando con fuerza el protagonismo del poder popular frente a las intermediaciones institucionales; en fin, apostando duro por el impulso de prácticas subversivas que propaguen el efecto emancipatorio de las rupturas, de los conflictos, de las contradicciones. Póngale usted el nombre, nosotros nos quedamos con esos contenidos”.  
     De esta manera, se plantea lo que podemos entender como los procesos y dinámicas que, juntos y simultáneos, configuran un contenido que no necesita del problemático nombre, del abusado significante.  
     Por otra parte, este renovado debate no tiene nada de nuevo. Ya Ludovico Silva en su obra Teoría del Socialismo nos advertía desde el principio sobre la falta de precisión y variedad de interpretaciones que existen sobre los términos comunismo y socialismo. En sus reflexiones sobre el tema, Ludovico afirma que, de hecho, si existe un modelo teórico del socialismo “aunque muy imperfecto”, aserción que no deja de tener vigencia para el debate actual pero que sin embargo, no impide que el autor defina al socialismo, tanto desde la perspectiva de la filosofía social como desde la filosofía de la ciencia. Desde ésta última, el socialismo es un “modelo teorético, ideal y simbólico”, desde aquella, el socialismo es lo que H. Marcuse denominó una Utopía Concreta, como postulado realizable que niega la realidad social existente pero que parte de ésta para la construcción de la nueva. Podemos aquí traer a colación lo que para Dussel es una Utopía Política, que lejos de representar un conjunto de principios normativos políticos, implica un criterio de orientación de la acción política, la llamada “idea regulativa”.  
     El hecho es, que en estos planteamientos podemos visualizar una relación dialéctica entre la teoría, la práctica y la realidad social, relación que para Ludovico es clave para entender lo que significa el comunismo y el socialismo: “Frente a estas confusiones, es preciso que afirmemos de una vez por todas que el socialismo es la teoría y el comunismo es la práctica”. Es así como, con lo expuesto hasta ahora y haciendo un esfuerzo de síntesis, se puede afirmar que dentro de la dinámica o proceso de construcción colectiva que nos plantea Nicmer, encontramos dos campos de, digamos, “creación heroica”. Un primer campo de práctica social y acciones políticas concretas, que es lo que Ludovico denomina comunismo, y otro campo de construcción crítica-simbólica y definición de la realidad, originado del estudio y discusión permanente en relación directa con las acciones y prácticas políticas. 
      No obstante, sí es posible construir el socialismo de manera teorética, simbólica e ideal, como Utopía Política, siempre que demos la batalla de las ideas tal como la define Raúl Valdez Vivó: tanto como defensa y legitimación de las ideas como su realización en la práctica sociopolítica. Entonces ¿Qué significa el socialismo? Se me acabó el tiempo para seguir escribiendo, hay que ponerse a trabajar.  

EE.UU. insta a sus bancos a vigilar movimientos de dinero procedentes de Libia

El Departamento de Estado de EE.UU. alertó este viernes a los bancos estadounidenses sobre posibles "aumentos en el movimiento de activos" por parte de altos cargos libios en relación a las protestas actuales contra el Gobierno de Gadafi.
"Instamos a las instituciones financieras de EE.UU. a tomar razonables pasos respecto a un potencial aumento de los movimientos de activos financieros relacionados con la situación en Libia", indicó una circular enviada este viernes por la Agencia contra Crímenes Financieros (FinCEN) de EE.UU..
La agencia federal señala que "durante este periodo de incertidumbre" en Libia los bancos deben "aumentar su escrutinio" de las cuentas de altos cargos y "vigilar transacciones que pueden representar potenciales desvíos de fondos o lavados de dinero".
En caso de observar algún movimiento sospechoso, la FinCEN recuerda el deber de los bancos de enviar un Reporte de Actividad Sospechosa.
Una alerta similar fue enviada recientemente por EE.UU. para advertir sobre situaciones irregulares en relación con los levantamientos populares en Túnez y Egipto y posibles desvíos de dinero por parte de miembros de los gobiernos depuestos.
Esta alerta financiera se suma a la emitida el jueves por Suiza, que decretó el bloqueo de eventuales fondos que Muamar al Gadafi y su familia podrían tener en el sistema bancario helvético.

Gadafí ordenó entregar armas a ciudadanos para ‘defender a Libia’

repárense para defender Libia”, “juntos combatiremos y derrotaremos la protesta”, exclamó en la tarde de hoy Muamar Gadafi a cientos de sus partidarios en la Plaza Verde de Trípoli. “Reconquistaremos cada pedazo del territorio libio, indicó.
“De ser necesario, abriremos todos los arsenales para armar a todo el pueblo”, agregó, desde la parte superior de la muralla de la plaza
Gadafi dijo que derrotarán a los rebeldes como en el pasado el país venció al colonialismo italiano.
Mientras tanto, el fiscal general de Libia, Abdulrahman al Aabar, presentó hoy su dimisión por la “masacre” en su país, informaron canales de televisión árabes.
Según informaciones divulgadas en Trípoli, el fiscal general se encuentra ahora en la ciudad de Bengasi, en la región controlada por la insurrección.
“Lucharemos y venceremos”, dijo a cientos de sus partidarios, en el undécimo día desde el inicio de la insurrección contra su régimen.
“De ser necesario, abriremos todos los arsenales para armar a todo el pueblo”, agregó, desde la parte superior de la muralla de la plaza.